Leí una novela en inglés y desde ese momento mi inglés fue otro
Eugenia Arria
Unos dos meses antes de irme de intercambio universitario por un semestre, decidí leer una novela de la famosísima y brillante Virginia Woolf, To the Lighthouse, no sólo para enriquecer mi repertorio literario sino sobre todo para irme preparando y adelantando a mis futuras clases. Había escogido, precisamente, una asignatura sobre esta autora del modernismo británico. De ella, quizás habría leído algún que otro relato y fragmentos de su obra Mrs. Dalloway, pero todo en español. Eso no quitaba, sin embargo, que me hubieran cautivado su maestría en la palabra y sus ráfagas discursivas de consciencia, el así llamado ‘stream of consciousness’. Algo me decía que esta escritora iba a gustarme mucho y mi curiosidad creció tanto esos meses durante mi asignatura de Teoría Literatura en mi universidad española, que no dudé en optar por una asignatura en Noruega en la que sólo la leyéramos a ella, en su idioma original. Quería percibirlo todo, entrar en su universo literario y discursivo, incluso existencial, y por eso debía leerla en su idioma nativo, en el idioma en que ella pensaba: el inglés.
Ya yo había leído varios artículos académicos en inglés con anterioridad, mi padre sólo me ha hablado en inglés desde que nací y siempre tuve amigos extranjeros con los que me comunicaba, tanto por escrito como hablado, en este idioma. Estaba acostumbrada. El inglés era parte de mí, de mi historia, de mi infancia y de mi vida en general. Tenía bastante seguridad con respecto a mis estudios puramente en inglés en el extranjero. Me preocupaba un poco, es cierto, el hecho de que nunca había tenido un contacto académico con el inglés y que jamás lo había manejado de forma tan activa en términos discursivos y de complejidad lingüística o analítica. Por esa razón, estuve los meses previos a tomar mi avión para Tromsø leyendo mucho en inglés (pues no era algo que hacía regularmente), escuchando radio y conferencias en inglés, escribiendo pequeños ensayos, etc. Mi plan era llegar preparada y llenar el vacío académico que tenía en inglés, pues no era lo mismo que en español.
Por recomendación de mi padre, decidí que la primera novela que iba a comprar de Woolf sería To the Lighthouse. Fui con mucha ilusión a una de mis librerías favoritas de Madrid y, revisando sus estanterías como si de joyas se tratara, me topé con la novela que buscaba. Mi emoción era grande. Mis ganas de leerla eran incontrolables y -sabía- era una manera inteligente de ir avanzando antes de incluso comenzar. Por conversaciones con mis padres y profesores, así como ensayos y comentarios encontrados en Internet, creía saber a lo que me atenía, que Woolf era complicada de leer y que su lenguaje literario era muy rico y culto. Nótese el énfasis en creía saber, puesto no era más que una creencia. Creía que iba a poder, quizás me iba a costar un poco, pero iba a poder leerla con fluidez y agrado. Estaba equivocada. Al llegar a casa, abrí la primera página con ansias y me encontré con un lenguaje casi indescifrable, donde la típica oración simple de sujeto y predicado, un complemento directo por aquí y otro indirecto por allá, se veía humillada. No sé inglés, pensé. He vivido engañada. Mi inglés no es suficiente para considerar que lo domino a la perfección. ¿Cómo es posible que no pueda llevar el hilo de lo que está diciendo? Y no pasé de la primera página, la cual empezaba así:
Yes, of course, if it’s fine tomorrow,” said Mrs. Ramsay. “But you’ll have to be up with the lark,” she added.
To her son these words conveyed an extraordinary joy, as if it were settled, the expedition were bound to take place, and the wonder to which he had looked forward, for years and years it seemed, was, after a night’s darkness and a day’s sail, within touch. Since he belonged, even at the age of six, to that great clan which cannot keep this feeling separate from that, but must let future prospects, with their joys and sorrows, cloud what is actually at hand, since to such people even in earliest childhood any turn in the wheel of sensation has the power to crystallise and transfix the moment upon which its gloom or radiance rests, James Ramsay, sitting on the floor cutting out pictures from the illustrated catalogue of the Army and Navy stores, endowed the picture of a refrigerator, as his mother spoke, with heavenly bliss. It was fringed with joy. The wheelbarrow, the lawnmower, the sound of poplar trees, leaves whitening before rain, rooks cawing, brooms knocking, dresses rustling — all these were so coloured and distinguished in his mind that he had already his private code, his secret language, though he appeared the image of stark and uncompromising severity, with his high forehead and his fierce blue eyes, impeccably candid and pure, frowning slightly at the sight of human frailty, so that his mother, watching him guide his scissors neatly round the refrigerator, imagined him all red and ermine on the Bench or directing a stern and momentous enterprise in some crisis of public affairs. (Woolf, To the Lighthouse).
Hoy día la leo, en este momento exacto, y no puedo sino disfrutarlo. No puedo sino admirar su manera de describir tan humanamente. Woolf es una esteta de la palabra, porque para ella la palabra está allí para mostrar la vida, los moments of being. Eso no lo pude apreciar la primera vez que intenté leerla ni tampoco en el primer mes de clase durante mi intercambio. Al principio, me costó mucho. Podía demorar una hora en una sola página con facilidad. Me dolía la cabeza intentando descifrar dónde estaba el sujeto principal de la oración, la oración principal, las subordinadas, el complemento directo. No veía con claridad qué quería decir al final de todo, cuáles eran los referentes. Me costaba responder las preguntas de ‘qué’ o ‘quién’ al final de cada párrafo. Sentía que Virginia Woolf asumía que yo debía saber algo que no sabía, y me frustraba. Por fortuna, no desistí. Debía leer semanalmente una obra y tenía tareas para cada clase. Mi reto era poder leer Virginia Woolf con disfrute, sin limitaciones lingüísticas, sin tener que buscar palabras en el diccionario con cada párrafo, sin tener que releer la misma oración unas diez veces para poder entender el sentido y lo que se intentaba comunicar.
Después de tener un cuatrimestre estudiando sólo en inglés, comunicándome sólo en inglés y viéndome en la obligación de expresarme académicamente en dicho idioma, puedo decir que fui otra persona (a nivel lingüístico) una vez que culminó esa fase. Mi comprensión mejoró con cada mes que pasó, mi vocabulario se expandió y podía intervenir en clase, analizando obras literarias, sin ningún problema. En los últimos meses de mi estancia fuera podía mantener conversaciones interesantes y reflexivas, que durarían horas, sobre literatura, filosofía, arte y cultura con compañeros afines a mí. Es curioso, pero sí: la ficción mejoró mi dominio del idioma, me hizo tener una visión amplia y detalla de las funciones del lenguaje, sus usos y flexibilidad (o, mejor dicho, plasticidad). La literatura, en este caso, fue mi mejor maestro, pues me dio la oportunidad de ser yo misma la que condujera mi aprendizaje.
Aún recuerdo a esa Eugenia del año 2014 que abrió la primera página de la novela de quien se convertiría en su escritora favorita, sin saberlo. Aún recuerdo su rostro de frustración, su cara de asombro y de desilusión por no “entender nada”, sólo destellos. En definitiva, leer novelas en inglés y, en específico, a Virginia Woolf, me abrió un compartimiento de mi cerebro que no conocía. En la lectura, que pareciera más bien algo pasivo, gané muchísimo: confianza en mi inglés, habilidades de redacción, claridad a la hora de expresar mis ideas y análisis, y apreciación, comprensión y gozo de la literatura anglosajona. En realidad, la lectura se había convertido en un oficio activo: debía hacer un esfuerzo por entender al inicio para que, luego, la comprensión me viniera más espontánea, más fluida. Tanto fue así que por una época sólo consideré escribir mis relatos de ficción en inglés. De hecho, mi tesis de grado la escribí sobre Woolf. Mi imaginación y creatividad estaban volando en tal idioma. Después, me tocó balancearlas con el español. Y, sí, todo empezó con una novela…