Hoy es el Día Internacional de la Madre Tierra y seguimos sin apreciarla lo suficiente…
Eugenia Arria
Humanista, investigadora en el área de Literatura y Filosofía
Hoy es un día para preguntarnos por qué será que nos empeñamos en destruir nuestro lugar más preciado, la Tierra, lugar de los lugares. Hoy es un día para reflexionar y tomar, aunque sea, un poquito de consciencia. Hoy es un día para respetar (y continuar respetando) la gran casa del mundo, nuestro mundo: donde habitamos seres humanos, animales diversísimos, plantas, desiertos, ríos, mares, montañas, grandes ciudades, pueblos rurales, seres extraños y otros no tan extraños… Vivimos en el planeta de la vida, ese instante duradero que nos permite estar-aquí y no en otra parte. ¿Qué tal si somos más respetuosos con él y, por ende, con la vida toda?
Cada 22 de abril, desde el año 1970, se ha convertido en el Día de la Tierra. Hace 48 años, millones de personas se manifestaron en Estados Unidos con ánimos de concientizar a las sociedades y a sus gobernantes sobre la protección del medio ambiente. Ese año, millones de personas tuvieron las mismas inquietudes que tenemos todavía hoy otras (y/o las mismas) millones de personas: ¿cómo es posible que vivamos en el hábitat de lo bello, lo inmenso, el amor; y al mismo tiempo vivamos en el nido de la desidia, la indiferencia y la destrucción?, ¿cómo es posible que para mí lo normal sea tomar agua fresca y para otros territorios es un lujo casi inasible?, ¿cómo es posible que para crear un producto para nuestro consumo la consecuencia sea un desplazamiento brutal de poblaciones humanas y/o animales a la intemperie?, ¿cómo es posible que nuestras vidas signifiquen las muertes dramáticas de otras especies por nuestro poco cuidado?, entre muchas más interrogaciones.
Para empezar a cuidarlo, creo que primero debemos tomar consciencia de él, de sus manifestaciones y de cómo es mucho más tangible, hasta en las pequeñas cosas, de lo que creemos. Cuando yo veo un aguacate, por ejemplo, me deleito: su exterior es perfectamente verde, con una rugosidad que me hace pensar en las rocas que recolectaba en el mar cuando era niña, y su forma en la placenta de la vida. Después, cuando lo abro por la mitad, puedo apreciar su semilla oscura rodeada de un verde resguardado, como si la fotosíntesis si hubiera filtrado en secreto, pintando en acuarelas su presencia. La semilla, imagino, guarda un secreto que yo no alcanzo a oír: ella irradia el calor que mantiene su pequeño cosmos en funcionamiento. Al comer el aguacate, la perfección parece concretarse en mis papilas gustativas. Su textura me hace sentir que él era para mí. Me pasa igual con las fresas y sus punticos simétricos, las papas y su corazón de tierra, el agua y su transparencia fresca. ¿Cómo existen estos colores, estas texturas, estos sabores, estos sentires, naturalmente? ¿Cómo es que algo así, tan perfecto, puede existir, como si estuviera ahí para ser disfrutado por nosotros y otros animales? Lo mismo me ocurre cuando soy capaz de ver la inmensidad de un paisaje y, como consecuencia, sentir lo sublime en todo mi cuerpo. Me parece increíble tanto, lo taaaanto. El mundo existe para ser habitado, ¿por qué queremos hacerlo inhóspito?
Pienso que, incluso, el sólo hecho de tomar consciencia de esto, de la grandeza de la naturaleza, ya nos hace tener otra postura y actitud hacia el mundo. Nos hace querer protegerla. Nos hace querer que absolutamente todas las personas tengan la dicha de disfrutar sus bondades. Cada gesto, cada forma de conectarnos con la naturaleza y los alimentos, cada cambio de hábitos, cada pequeña decisión que tomamos en nuestra cotidianidad, afecta a la totalidad del mundo. Sí, nuestra individualidad aporta a la colectividad. No nos refugiemos sobre el discurso inútil y resignado de “igual el mundo se va a acabar” o “¿qué más da si tiro una botella de vidrio en la misma bolsa que el resto de la basura? Una más o una menos: todo el mundo lo hace”. Se trata de construir una calidad de vida justa con el planeta, con las personas y el resto de los animales. Es un problema real: nuestro vivir único tiene impactos ambientales, los cuales a su vez afectan a otras personas menos privilegiadas que nosotros, a otros pulmones naturales distribuidos por el mundo, y a otras especies. Ah, y también a nosotros mismos, a nuestras familias (por si no queda claro). Así pues, al darnos cuenta del poder que tenemos sobre nuestra Tierra, decidamos apreciarla, quererla y respetarla. Decidamos proteger su belleza para que sea deleitada por todos. Decidamos hacer algo. Decidamos compartirla y vivirla en gratitud.
Ahora, si te interesa hacer algo respecto pero no sabes exactamente qué, quizás el post de @arualchu, titulado “5 gestos para una vida más sostenible”, te sea de utilidad. Échale un vistazo si quieres saber algunas acciones concretas que puedes llevar a cabo para ser más amable con nuestro planeta y, por tanto, con nosotros mismos: http://wawahug.com/5-gestos-para-llevar-una-vida-mas-sostenible/.
Para terminar, cabe decir que la intención de esta publicación es hacernos reflexionar y de motivarnos a hacer, aunque sea mínimamente, algo por nuestro planeta Tierra: Hogar de hogares. Eso sí, primero debemos quererlo. Desde la querencia, lo demás sale solo…